Problemas organizativos aparte, no podemos olvidar lo principal. La Iglesia existe para
cumplir una misión. La mejor organización, sin dogmas, sin clericalismo, con los mejo-
res doctores… por sí sólo no garantiza que la institución eclesial esté justificando su
existencia. Si existe, existe para algo, y el documento de trabajo de la etapa continental
del Sínodo se ocupa de esa cuestión de una forma bastante marginal y ambigua. Se
dicen cosas como que la misión de la Iglesia es …anunciar a Cristo muerto y resuci-
tado para la salvación del mundo…, …la construcción de la paz y la reconcilia-
ción…, ...anunciar el Evangelio…, …transmisión de la fe…, …testimoniar el
Evangelio… Hay aclarar que todo eso son tareas que forman parte de la misión de la
Iglesia, pero resulta que ese tipo de formulación en el documento es solamente una
serie de malabarismos dialécticos para no concretar en qué consiste esencialmente la
misión de los seguidores de Jesús de Nazaret: trabajar por la construcción de un Reino
distinto de los reinos de este mundo. Jesús no vino a traer paz sino espada a los injus-
tos reinos de este mundo. Dejó claro que vino a realizar el programa que anunciaron
los profetas, que estaba en confrontación con el mundo injusto, los sistemas de domi-
nación imperantes, y anunció a sus seguidores que se les perseguiría como lo persi-
guieron a él y a los profetas anteriores. Si los dominadores del mundo persiguieron a
Jesús y a los profetas es porque vieron amenazado su dominio por ellos. Mientras la
Iglesia se dedique simplemente a anunciar y testimoniar el Evangelio, la transmi-
sión de la fe, los reinos de este mundo no peligran, y por lo tanto éstos respetan ese
tipo de religiosidad. Pero si surge una Teología de la Liberación, y los seguidores de
Jesucristo actúan a favor de los pobres y oprimidos, según los criterios de esa Teolo-
gía, los poderes de este mundo, el sistema de dominación, reaccionan con la violencia
que conocemos, y la Iglesia institucional se solidariza, por activa y por pasiva, con esa
represión. La Iglesia puede realizar su evangelización e instalarse confortablemente
en los reinos de este mundo y convivir con ellos. No es una Iglesia profética, es institu-
cional como lo era el antiguo Sanedrín. Tiene intereses y compromisos que la obligan a
relacionarse cordialmente con las instituciones y reinos de este mundo. Nunca estuvo,
ni está ahora, dispuesta a luchar por la igualdad de todos los seres humanos. Comba-
tió a todos los movimientos, internos y externos a ella, que lucharon por ese objetivo;
como es el caso de la Teología de la Liberación, y la hostilidad que la Iglesia manifestó
en los últimos siglos hacia las fuerzas políticas de izquierda que en este tema están
más cerca que ella del proyecto de Jesús. Jesús, al definir a Dios como Padre de todos
los hombres, estaba declarando que todos somos hermanos y por lo tanto iguales.
En vez de dedicarse al cumplimiento de esa misión que Jesús transmitió a sus segui-
dores, la Iglesia asumió como principal tarea la realización del culto. La enseñanza
eclesial que se imparte en la homilías, donde por lo demás interviene sólo el clérigo ce-
lebrante, insisten en presentar como objetivo del culto y de la acción eclesial en su con-
junto una serie de prácticas religiosas, devociones, sacramentos… que tienen por fina-
lidad una santificación de las personas de cara a su salvación eterna, un tema del que
Jesús, por cierto, habló muy poco, pero pasan bastante por alto la principal llamada de
Jesús a actuar en el mundo para implantar en él un Reino de Dios que supere lo ne-
gativo de las sociedades humanas: la injusticia, la explotación, el egoísmo, la falta de
libertad, igualdad y fraternidad. El tipo de religiosidad que Jesús promocionaba no es
el que se está concretando en el culto religioso cristiano. Jesús instituyó la Eucaristía
pero no le dio el carácter cultual, litúrgico, ritual… que está teniendo en nuestras misas.